El mayor mal

viernes, 2 de octubre de 2009
"No contaré las cosas en la manera en que sucedieron, sino en la manera en que yo las recuerdo" - Charles Dickens

– Soberbia –, dice Luis

– Envidia, sin duda, envidia –, dice Jesús

– ¿Esos les parecen los dos peores males para el ser humano? –, pregunto incisivamente– Más que males, yo les llamaría cualidades negativas.

– ¿Y en qué radica, según tú, la diferencia?–, me pregunta Luis, colocando la mano sobre su barbilla, como hace siempre que se prepara a atacar.

– Creo que para poder ponernos de acuerdo, es necesario que haga la distinción que me pides. Para mí, un gran mal es algo que no se puede controlar, no por falta de voluntad, sino porque no depende de nosotros. Y los males que ustedes refieren me parece que son, en mayor o menor medida, controlables por aquel que los experimenta.

– Entonces, para ti, ¿cuál sería el mayor mal? –, dice Jesús

– El mayor mal es uno que ni siquiera es percibido como tal. Por el contrario, se le piensa algo bueno, algo capaz de ayudarnos a sortear cualquier calamidad.

– Y eso sería…

– La esperanza, por supuesto.

Jesús me mira con incredulidad, mientras que Luis lo hace con la irónica sonrisa que utiliza cuando cree que estoy molestando solamente.

– Interesante tu propuesta –, dice Luis, colocando un cigarro entre sus labios, que aún exhiben la distintiva mueca – ¿nos podrías exponer tu teoría de manera más amplia, para poder entenderla un poco mejor?

– Por supuesto. En realidad es algo bastante simple. Pienso que la esperanza es un gran mal, porque nos impide ser felices y apreciar cuanto tenemos.

– Oye Luis, ¿no hay un relato que dice que cuando los pecados fueron liberados en el mundo, también se nos dejó la esperanza como consuelo?

– En efecto; se trata del mito de la caja de Pandora. Más que pecados, lo que se libera son los grandes males, como la vejez, la pobreza y el crimen, por ejemplo. Pandora logra cerrar la caja antes de que la esperanza escapara, y corre a decir a los hombres que a pesar de todas las desgracias que ahora rondaban libres por el mundo, no todo estaba perdido pues aún les quedaba la esperanza.

– El mito, que tan atinadamente recordaste, Jesús, es muestra de lo que digo. Si la esperanza no es un gran mal, ¿qué hacía en la misma caja que las grandes desgracias?

– Como siempre, todo un sofista –, me dice Luis, meneando la cabeza de un lado para el otro.

– Sabes que bromeo –me apresuro a responder–. Aunque debes admitir que no es del todo descabellado…

– Entonces, ¿consideras la esperanza como un mal o no?–, me dice Jesús, un poco impaciente.

– Sí, sobre eso no estaba bromeando. Si lo piensas un poco, verás que la razón por la cual afirmo esto es bastante simple. Los seres humanos, si bien a veces nos recreamos o torturamos con el pasado, vivimos completamente en el presente, ¿estás de acuerdo?

– Si te refieres a que el pasado ya quedó atrás y que el futuro nos es incierto, estoy de acuerdo.

– Muy bien. Entonces mi afirmación es bastante simple: la esperanza es un mal, porque nos roba el presente.

– Tienes razón –interviene Luis. – Tan simple como infundada.

– Permíteme desarrollar un poco más mi idea, Luis. Jesús, tú tienes una hermosa camioneta, y supongo que estás bastante contento con ella.

– No me quejo. No es mi máximo, pero estoy bastante a gusto con ella.

– ¿No es tú máximo?

– Por supuesto que no. Si todo sigue bien en mi trabajo, espero poder comprarme pronto la BMW que tanto me gusta.

– ¿Lo ves, Luis? Jesús acaba de confirmar mi teoría.

– ¿En serio? Por favor explícame porque creo que me perdí el momento en que la confirmó Jesús.

– Él tiene una camioneta casi nueva, con todas las comodidades y un excelente desempeño. Y sin embargo, no la disfruta como podría porque espera poder tener algo mejor aún. Eso es lo que nos hace la esperanza; nos impide disfrutar lo que tenemos y vivimos en el presente, haciéndonos pensar que en el futuro existirá, sin duda, algo mejor. ¿Qué mayor mal puede existir, que uno que te impide ser feliz aún cuando tengas todo para serlo?

– Mi querido sofista – me dice Luis – ¿Estás sugiriendo que el desear cosas mejores es algo malo?

– Es algo doblemente malo.

– ¿Doblemente?

– Claro. Por un lado, te crea una necesidad que no tienes. Y por otro, te hace menospreciar las cosas que vives o posees, generándote ansiedad.

– ¿Pero querer mejorar es algo malo?, pregunta Jesús

– Por supuesto. Mejorar es un proceso, no algo que se desea o, peor aún, se espera. Al aprovechar al máximo tu presente, desarrollas tus capacidades y por lo tanto, mejoras. Desearlo no basta, ¿o sí?

– ¿Y cómo sabes qué necesitas?

– Si lo necesitas, lo sabes. Si no, es que no lo necesitas.

– Es lo más tonto que he escuchado – replica Luis – sin la esperanza, muchos grandes males serían intolerables.

– En eso estoy en desacuerdo, Luis; es precisamente la esperanza la que hace tales males tan duros. Al esperar una solución, que no depende de nosotros, hace que el proceso de aceptación se torne demasiado largo. Y si no lo aceptamos, ¿cómo podemos solucionarlo o al menos entenderlo?

– ¿Pretendes limitar al ser humano a su presente? Eso niega nuestra capacidad de trascender.

– Tal vez. Pero a cambio nos abre una puerta para ser plenos. Y tal vez ese sea el camino para trascender, ¿no lo crees?

– Fernando tiene un punto ahí, Luis.

– ¡Por supuesto que no lo tiene! Si para ser feliz debe uno ser conformista y limitado, entonces mejor no serlo. Kant nos dice que la felicidad requiere de deseo y voluntad, ya que es en concordancia con ello que la encontramos…

– ¿Y sí deseo no desear?, le interrumpe Jesús, decidido a seguirme la corriente.

– ¿Ahora me resultaste budista? Deberías ir a buscar la felicidad junto con Fernando, sentados frente a aquella pared

– Tranquilo, Luis –, le dice Jesús, llenándole de nuevo el vaso –Ten, bébete otro whisky y explícanos bien cómo está eso que dice Kant.

No puedo evitar sonreír por dentro. Espero de verdad que estas tardes no se acaben nunca. Demonios, ¿será que la esperanza es ineludible?

El Elector

lunes, 28 de septiembre de 2009
Jonathan García se sorprendió por la austeridad de aquel sitio, pues se trataba de una habitación bastante ordinaria: de tamaño mediano, carecía de ventanas y tanto las paredes como el techo eran de color hueso, mientras que el piso estaba cubierto de azulejos blancos. El lugar se encontraba casi vacío, a excepción de la consola del “Elector”, que se encontraba en un escritorio justo en el centro del cuarto, frente a una silla de piel de color negro bastante común y corriente.

- ¿No es lo que esperaba? –, le preguntó con cierta ironía el Dr. Jesús Suárez – No se preocupe, a casi toda la gente que lo mira por primera vez le causa ese efecto… pero si toma en consideración que salvo una o dos veces por año nadie entra aquí, me parece que tiene sentido mantener el mobiliario a un mínimo.

- Esto es realmente asombroso, Dr. Suárez –, respondió García, intentando ocultar su desencanto inicial – Nunca imaginé que llegaría a ver al “Elector” con mis propios ojos.

- Supongo que mucho menos imaginó que algún día estaría a cargo de él, Dr. García-, respondió Suárez con una suave sonrisa – Y a partir de mañana será así.

Si no conociera toda la leyenda que rodeaba a aquel hombre, García jamás hubiera pensado que se trataba de un genio. Era claro que se trataba de alguien muy inteligente, pero carecía de toda la excentricidad que se asociaba con los genios que revolucionaban al mundo con sus ideas. Y sin embargo aquel hombre lo había hecho de un modo que en muchas formas superaba a cualquiera de los considerados genios que habían vivido antes que él. Su físico tampoco era muy particular; de 1.70 m de estatura y ligeramente pasado de peso, era una de esas personas que pasan fácilmente desapercibidas. Su cabello prematuramente blanco contrastaba con su rostro que, a pesar de la expresión preocupada que siempre tenía Suárez, carecía casi completamente de arrugas.

Sin atreverse a acercarse al “Elector” antes de que Suárez así se lo indicase, decidió que lo mejor sería pararse junto a él a esperar instrucciones. Se colocó un paso atrás, para no evidenciar la diferencia de estatura entre ambos, García medía alrededor de 1.85 m, y aguardó a que Suárez terminara de limpiar sus anteojos con su bata de laboratorio.

- El trabajo que realizará es bastante sencillo, Dr. García -, dijo Suárez sin despegar la vista de sus anteojos – Diría que inclusive aburrido para un hombre con su currículum e intelecto, pero ya sabe usted que eso ha tenido poco que ver con su elección como mi sucesor.

- Las varias personas que me entrevistaron así me lo hicieron saber, doctor -, respondió García, sin saber si sentirse alagado u ofendido por lo que diría a continuación – según ellos, la característica que me destacó de entre los demás candidatos fue la de mi plena convicción de que el bien común se impone sobre el bien individual sin importar las condiciones de cada caso particular. Debo decirle que es una característica de la que tenía nulo conocimiento hasta antes de las pruebas…

- No me sorprende, doctor – le dijo Suárez con la misma sonrisa de antes – Y no se equivoque, es una característica bastante particular; mucha gente piensa tenerla, pero en realidad es poca la que lo lleva a cabo dado el momento.

En aquel momento entró una de las personas de mantenimiento, lo supo por el overol color azul marino que portaba, con una silla plegadiza que colocó junto a la silla negra de piel.

- ¿Necesita algo más, Dr. García? –, preguntó el hombre de forma cortés.

- Por ahora sería todo, Arturo -, respondió Suárez dándole una serie de pequeñas palmadas en el hombro – Aunque si pudieras pedirle a Eugenia que nos traiga un refrigerio en un par de horas, sería excelente.

- Con gusto, doctor -, dijo Arturo con cierto aire divertido – Y si necesita algo más, ya conoce mi número de localizador.

Arturo se despidió de ambos hombres con una breve reverencia y abandonó la habitación. Apenas se hubo cerrado la puerta, Suárez tomó asiento en la silla negra de piel e indicó a García que hiciera lo propio en la silla plegadiza, mientras encendía la consola que tenía frente a él.

- Es increíble que algo tan simple como esto haya sido capaz de cambiar al mundo, ¿no le parece?

- Yo no le llamaría simple a lo que usted ha creado, Dr. Suárez -, respondió García sin apartar la vista del monitor, - Ha sido algo genial.

- No irá a decirme que cree en todo lo que se dice de mí, ¿o sí? – preguntó Suárez – A este paso, en unos años seguramente habrá una leyenda sobre como fue creado el “Elector”. Y seguramente no tendrá nada que ver con la realidad; de hecho estoy bastante seguro que la historia que usted conoce sobre el origen de este artefacto es completamente errónea.

- No entiendo a que se refiere, doctor -

- Dígame, ¿qué es lo que sabe sobre el gran “Elector”?

- Después del gran desplome económico del 2013, los analistas cayeron en cuenta que el sistema democrático mediante el cual se elegían los candidatos no era el más adecuado y que, por el contrario, solamente generaba un círculo vicioso entre épocas de riqueza aparente y épocas de profunda pobreza.

- A decir verdad, la caída de los mercados a nivel mundial tan solo contribuyeron a que se decidieran a dar el paso definitivo, Dr. García -, dijo Suárez, mientras encendía el cigarro que se había llevado a la boca – No me mire así, sé que está prohibido fumar aquí, pero son mis últimos días en este trabajo y siempre había tenido ganas de romper esa regla en particular.

- El concepto existía, pero nadie había sido capaz de lograr un algoritmo que en realidad funcionara – dijo García, visiblemente molesto por el humo del cigarro de Suárez – Hasta que llegó usted e hizo posible al “Elector”.

- ¿Sabe que encuentro divertido cada vez que alguien me narra esa historia? -, preguntó Suárez mientras dejaba que escapara el humo de su boca – Que nunca nadie habla del motivo por el cual cayeron los mercados.

- Supongo que por lo mismo que cayeron en todas aquellas ocasiones anteriores; malos manejos, especulación, corrupción…

- Es correcto, pero a diferencia de todas las veces anteriores, en esta hubo un único culpable. Y no hablo de los personajes involucrados, sino del verdadero y único causante de la crisis que cambió la faz del mundo.

- Disculpe que dude de usted, doctor. No quiero sonar irrespetuoso, pero estoy bastante seguro que la identidad de un hombre capaz de causar tal desastre no hubiera pasado desapercibido para nadie.

- A menos que ese mismo hombre se hubiera convertido en el salvador de la civilización posteriormente. Usted sabe que no hay nada más difícil que construir un héroe a partir de un villano…

- ¿Me está diciendo que usted…?

- Así es Dr. García. Yo fui el artífice del colapso económico de hace 30 años. Y lo hice con un programa no muy distinto al que ahora se encuentra en el “Elector”.

García permaneció sentado en silencio por unos minutos. Recordaba perfectamente todo el dolor que había causado el derrumbe de la economía mundial; las hambrunas y carencias que habían azotado a gran parte de la humanidad y que, si bien la prosperidad que se vivía actualmente podían hacer pensar que jamás habían sucedido, seguían presentes en el corazón de quienes habían tenido que pasar por ella. Por más que lo intentaba, no podía evitar sentir desprecio por el hombre a quien hasta hacía unos minutos admiraba tanto.

- Sacar conjeturas apresuradas no es bueno en este lugar, Dr. García – dijo Suárez mirando fijamente a la pared que estaba frente a él. – No es como si me lo hubiera propuesto; fue un accidente.

- ¿Un accidente? ¿Llama a todo lo que causó “un accidente”?
- Yo no pretendía causar tal devastación; únicamente quería estafar a unos cuantos hombres ricos, quienes además habían adquirido su fortuna especulando en la bolsa de valores. Era yo un poco romántico en aquellos días…

- Me parece que los alcances de su romanticismo fueron mucho más allá de unos pocos hombres deshonestos.

- Al decir que yo lo causé, quise decir que lo inicié, Dr. García. No que yo lo fui dirigiendo a lo largo de todo el camino.

- No entiendo a que se refiere, doctor.

- Mi delito, si lo quiere llamar así, fue simplemente diseñar un programa que permitía predecir el comportamiento de cada una de las acciones de la bolsa con una precisión casi perfecta y venderlo… a más de un postor.

- Si fue capaz de crear una herramienta con tal potencial, ¿para que venderla? Hubiera sido mejor que la utilizara para hacerse rico usted ¿no?

- Supongo que tiene razón. Sin embargo, no se suponía que el programa funcionara tan bien; el programa podía predecir bastante bien los comportamientos de los mercados, pero la precisión debería haber caído drásticamente a medida que los que operaban el programa incidían en el mercado, alterando así el resultado final. Por su puesto recuperaría su precisión luego de un tiempo, en la medida que el programa dejara de ser utilizado por la mayoría de los usuarios, pero eventualmente conduciría de nuevo a una serie de pérdidas. Entre mayor fuera la avaricia, mayores serían las pérdidas. Poético, ¿no?

- Pero ¿el programa no falló entonces? ¿cómo es posible? Lo que usted dice hace perfecto sentido; una vez que la información adquirida mediante el programa fuese aplicada en el mercado, la alteración en el comportamiento del mismo haría que fuera imposible predecirlo utilizando el programa.

- Veo que usted hubiera cometido el mismo error que yo; también hubiera dejado de lado el factor humano.

- ¿Factor humano?

- Varios de los defraudados comprendieron el funcionamiento del programa y lo utilizaron en su beneficio. Aprovecharon el éxito inicial para que el mercado siguiera sus elecciones, de las que nadie dudaba debido a los resultados que habían obtenido antes. Lo que diseñé como un fraude se convirtió en la herramienta soñada por todo especulador. Los mercados a lo largo del tiempo habían sido capaces de soportar las acciones de uno o dos depredadores, pero no había forma en que soportara las acciones de cientos de ellos…

Todo el enojo que había sentido antes, se había transformado en pena. Aquel hombre había sido víctima de su propia soberbia y ahora le resultaba evidente que el tener que vivir con la carga de su error había sido algo terrible para él. Algo que ni siquiera un milagro como el “Elector” había sido capaz de borrar o siquiera enmendar parcialmente.

- Me imagino que eso fue lo que lo impulsó a diseñar el programa del “Elector”

- No exactamente -, respondió Suárez, mientras se llevaba a la boca un cigarrillo eléctrico -, en realidad fue por ese programa que me seleccionaron para hacerme cargo del proyecto.

- Supongo que los impresionó la complejidad del programa de predicción bursátil; no mucha gente puede programar algoritmos con base a geometría no euclidiana.

- Eso y la comprensión de la naturaleza humana que adquirí luego de esa amarga experiencia. Como seguramente descubrirá más adelante, eso es igual o más importante que toda mi habilidad como programador. Pero bueno, por más que me esfuerce no puedo seguir evitando llegar a la parte aburrida; debemos revisar las estadísticas de los resultados de las elecciones realizadas por el programa durante los últimos 25 años. Así lo señala el protocolo de transferencia, sospecho que para asegurarse de que trabaje hasta el último día antes de mi retiro. Y como podrá imaginarse, siendo la primera vez que se realiza una transferencia de este tipo, será mucho más engorroso y doloroso de lo necesario…

Comenzaron a revisar sobre la computadora una larga lista de estadísticas que cubrían el historial completo de cada uno de los elegidos por el sistema hasta ese día. Ahí estaban documentadas cada una de las decisiones tomadas por las 11 personas que hasta ese momento habían ocupado el cargo de presidente durante 3 años cada uno y, aunque la gran mayoría de estos datos eran de conocimiento público, García no podía evitar sentirse maravillado. El cambio entre el régimen democrático y el establecido a partir de la creación del “Elector” era evidente: las tasas de desempleo habían disminuido dramáticamente, el nivel de endeudamiento había llegado casi a cero, pero el dato que más se destacaba era el de la total erradicación de la corrupción en el sistema.

García notó en la mirada del Dr. Suárez cierto aire de orgullo mientras observaba los resultados de su trabajo; no era la mirada petulante de quien se sabe creador de algo, era más bien la mirada de alguien que deseaba con todas sus fuerzas que lo que tenía frente a él fuera suficiente para redimirlo.

- Suficiente con los datos aburridos -, dijo Suárez, con un ligero suspiro – Mejor revisemos las funciones secundarias del sistema, que en realidad le toman mucho más tiempo que la simple elección del Primer Ministro.

- Por el nombre, pensé que eso era lo único para lo que había sido diseñado el sistema…
- En un principio esa era la idea – dijo Suárez mientras tecleaba una serie de instrucciones en el tablero – pero después caímos en cuenta de que todos los datos y estadísticas que utiliza para su función primaria serían de gran utilidad para la persona que fuera elegida Primer Ministro, por lo que podría decirse que el “Elector” actúa como un consejero.

- ¿Consejero?

- Exacto. Como sabe, desde que se eliminaron todos los cargos públicos de elección popular a partir de la creación de este sistema, el Primer Ministro, al igual que todos los demás funcionarios, desempeña sus funciones desde su casa, por lo que requiere de una fuente de información para la toma de decisiones y eso es lo que le proporciona el “Elector”.

- Nunca me había puesto a pensar sobre la forma en la que el Primer Ministro tomaba sus decisiones…- dijo García con aire pensativo - ¿Y cómo sabe el “Elector” que información se requiere? ¿Simplemente se lo pregunta el Ministro?

- Así es. Cuando se encuentra frente a una decisión, cualquiera que esta sea, por ley el gobernante en turno debe comunicarse con la central del “Elector” y plantearle el problema.

- ¿Y el “Elector” le dice que hacer? – preguntó García, sorprendido - ¿No equivaldría eso a que el sistema es el que gobierna en realidad?

- ¡Por supuesto que no! –, dijo Suárez entre risas – Nunca deja de sorprenderme de que eso sea lo primero que le venga en mente a todo el mundo cuando lo escuchan por primera vez…. El “Elector” simplemente le proporciona las estadísticas asociadas a cada una de las decisiones posibles para afrontar el problema y el Primer Ministro, como seguramente haría usted, elije siempre aquella que tiene las mayores posibilidades de un desenlace exitoso.

- Nunca lo hubiera imaginado. Y supongo que no es del conocimiento público porque…como dijo usted, todos reaccionan como lo hice yo.

- Contrario a lo que podría pensarse, a nadie le gusta tomar decisiones. La gente se encuentra cómoda cuando alguien más decide por ellos, siempre y cuando no sientan que han perdido la libertad de elegir por ellos mismos, cosa que jamás ejercen, por supuesto. Esto no era problema cuando se elegía a quien después elegiría por ellos, pero una vez que el “Elector” reemplazó tal función… las decisiones se convirtieron en un tema delicado, como podrá imaginarse.

- Recuerdo que cuando se decidió la instauración del sistema, hubo muchas protestas, particularmente por los partidos políticos, que afirmaban que se estaba estableciendo una nueva dictadura y que la persona en el poder no lo dejaría jamás.

- Es por ello que los periodos durante los cuales ejerce funciones el Primer Ministro son relativamente cortos. Pero aunque fueran más largos, incluso vitalicios, no cambiaría gran cosa.

- ¿A qué se refiere?

- A que el Primer Ministro en realidad no ostenta poder más allá de elegir una opción u otra. No recibe un salario particular o beneficios especiales, no hace apariciones públicas… y la mayor parte de las veces, sino es que todas, las decisiones que debe tomar parecen intrascendentes, aunque no lo son, por supuesto.

- Aunque quisiera objetar su punto, y no quiero, los resultados obtenidos por el sistema me lo impedirían. Y supongo que eso fue lo que al final logró convencer a la gente de que la forma en que el sistema realiza la selección funciona mucho mejor que la manera en la que se realizaba anteriormente.

- Es increíble lo que se logra al eliminar los protagonismos, ¿no es así? Pero bueno, revisemos ahora el programa principal, que me temo le parecerá un poco decepcionante.

- Lo dudo mucho, Dr. Suárez -, dijo García con una sonrisa nerviosa en el rostro - ¿cómo podría decepcionarme del desarrollo de un sistema que cambió al mundo?

El Dr. Suárez extrajo de uno de los cajones del escritorio un viejo y maltratado cuaderno, cuyas hojas se encontraban amarillentas a causa del paso de los años. Lo miró un segundo mientras lo sostenía entre sus manos, y lo extendió a García.

- Con esto termina mi trabajo aquí -, dijo, con un aire de alivio – Tenga, este es el corazón del “Elector”. Lo que pase de aquí en adelante, dependerá de lo que usted decida.

- No entiendo; ¿todos los parámetros que considera en la elección se encuentran contenidos ahí? Espere, no puede irse sin explicármelo todo, ¿qué pasará si no comprendo algo del programa?

- Lo comprenderá, no se preocupe. Y lo siento mucho, pero al igual que el elector, yo no puedo decirle que hacer. Tan solo puedo aconsejarle y al mostrarle todo cuanto ha visto hoy, he hecho precisamente eso. Buena suerte.

García vio como se alejaba aquel hombre, que ahora parecía mucho más joven que unos minutos antes, y sintiéndose muy confundido se sentó en la silla de piel color negro. Abrió la libreta y se dio cuenta de que solo habían sido utilizadas algunas pocas hojas de la misma, en las que estaban escritas una serie de instrucciones en un viejo lenguaje de programación.

A pesar de no estar completamente familiarizado con todas las instrucciones, no le tomó más de dos minutos recorrer cada una de las instrucciones del programa cada una de las 5 veces que lo hizo. Finalmente dejó caer la libreta sobre el escritorio y se quedó mirando el monitor que tenía frente a él. El “Elector”, salvo por algunas pequeñas restricciones como la edad, elegía al Primer Ministro completamente al azar.